“La Araucana” de Alonso de Ercilla (I): una autoridad autóptica sin experiencia personal
“La Araucana” es una épica renacentista, la más conocida y popular de su tiempo, que rescata modelos clásicos (Homero, Virgilio y Lucano), pero además cita ejemplos contemporáneos, sobre todo italianos (Ariosto y Tasso, también Camões). Siguiendo las ideas de Borges sobre un escritor y sus precursores, podríamos decir que Ercilla busca refundar el propio linaje donde se inserta su obra: no se contenta con imitar antecedentes prestigiosos, sino que compite con ellos para superarlos (la imitación heurística, según Pigman).
El género épico gozó de una enorme popularidad en la España del siglo XVI. De hecho, a la decadencia de las novelas de caballería como “el” género masivo por excelencia, siguió un crecimiento inusitado de la épica. El nuevo contexto geopolítico imperial afectó, sin duda, este crecimiento. La épica se convirtió en el género capaz de canalizar los deseos expansionistas de un cuerpo político que, por entonces, ansiaba colonizar el mundo entero (América era, solamente, una escala).
La importancia de “La Araucana” se percibe, también, en los imaginarios nacionales: la representación que nos ofrece del indígena chileno estuvo vigente en tiempos coloniales, pero además fue reactualizada en la fundación del estado-nación de Chile.
Como es natural tratándose de una épica, Ercilla somete el material histórico a ciertos moldes discursivos. A grandes rasgos, mientras que la primera parte del poema conserva una mayor “fidelidad histórica”, la segunda y la tercera admiten una gran cuota de fantasía poética. Sin embargo, el personaje de Ercilla no aparece sino hasta la última sección de la primera parte; en otras palabras, no podría ser la autoridad autóptica, es decir la legitimidad del testigo de vista, el argumento usado para validar el material histórico.
A pesar de esto, Ercilla sí reclama esa autoridad, pese a no haber estado presente, como observador y participante, en los hechos históricos que narra en la primera parte de su poema. ¿Cómo explicar esta paradoja?
Lo cierto es que Ercilla se documentó muy bien con numerosas fuentes, como la de Gerónimo de Valdivia, Calvete de Estrella (preceptor de Felipe II y del mismo Ercilla) y también con tradiciones orales de los soldados que se enfrentaron a los araucanos. Al tiempo que usa estas fuentes, el yo narrativo de Ercilla se revista de autoridad autóptica al presentarse como un soldado-cronista, tradición ya existente en el corpus de la literatura colonial: habían hecho lo mismo Cortés, Cabeza de Vaca, Las Casas (en la “Brevísima”) y Cieza (en la parte de la navegación por el litoral, primera parte de la “Crónica del Perú”).
En todos estos casos, la materia presentada como materia experiencial excede a la experiencia personal propiamente dicha, para incorporar otros tipos de experiencia indirecta. Así, un verbo clave, el verbo “ver” (“yo lo vide”), se vuelve sinécdoque de “percibir”, no sólo objetos del mundo sino también signos y textos. “Ver” equivale, muchas veces, a “leer”. El concepto de “experiencia” es aquí mucho más complejo de lo que parece.
Hay una justificación teórica aristotélica para esta complejidad de la experiencia. En la clásica diferencia entre poesía e historia, “La Araucana”, pese a contener hechos históricos, es básicamente un poema. Y por eso, la materia histórica que existe en el poema puede ser alterada para producir una “verdad universal”, una verdad autóptica pero sin experiencia personal.