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“Sumario de la natural historia” de Gonzalo Fernández de Oviedo

Publicado: 2010-09-03

En la filosofía medieval, la pregunta por la intervención de dios en el mundo puede ser respondida desde dos perspectivas: la racionalista y la voluntarista. Para la corriente racionalista, el atributo más importante de la divinidad es la “potentia ordinata”, es decir, su inteligencia absoluta, capaz de instaurar en la naturaleza unas leyes y una regularidad. Por el contrario, los voluntaristas enfatizan la “potentia absoluta”, en otras palabras, la omnipotencia divina, el poder irrestricto de dios para imponer un orden natural pera también para romperlo cuando así lo dicte su voluntad (estas rupturas serían los milagros).

En el siglo XVI, se desarrollan nuevas técnicas de observación de la naturaleza que contradicen las viejas explicaciones clásicas, presentes, por ejemplo, en Aristóteles y Plinio (es famoso el caso de la iguana, dibujada por Oviedo). Oviedo, al igual que Acosta, vienen de una corriente filosófica racionalista, pero además creen ser capaces de emplear la observación de lo empírico y la reflexión sobre las leyes naturales para alcanzar una intelección del plan divino. Gracias a esta idea de observación, que está muy ligada al concepto de “experiencia”, es posible empezar a pensar desde historiadores como Oviedo en los preliminares del nacimiento de una ciencia moderna (aunque lo suyo no es, propiamente, ciencia, sino historia en un sentido clásico).

El Sumario es el primer texto impreso que presenta descripciones de especies animales y vegetales nuevas para los europeos. En apariencia, es un texto sin orden ni método, atravesado por dos criterios de organización fallidos: la lógica geográfica y la lógica taxonómica, que además se ven afectadas por numerosas digresiones. Lo cierto es que el criterio central, el que da su orden último al texto, es el principio organizador de la memoria, que opera siguiendo dos mecanismos: la analogía y la asociación libre de ideas.

Vale decir que la ley que organiza el texto es la ley de un sujeto que recuerda. El criterio narrativo es el mismo yo del narrador. La memoria presupone una subjetividad, la de quien recuerda lo que ha experimentado y ahora desea plasmar en la escritura. El principio composicional de la memoria revela un énfasis y una centralización en la persona del observador. Así, la experiencia y la memoria permiten destacar la especificidad de Oviedo como observador y como autor: dueño de una memoria excepcional, será esta facultad la que legitime los contenidos que el lector encontrará en el Sumario.

El Sumario compite con otros testimonios, y su argumento ganador es que el yo de Oviedo es un observador superior, un “observador natural” que recuerda todo lo que ve. La memoria de este yo busca transmitirle al lector una experiencia vicaria de lo visto y lo vivido, dentro de un marco pedagógico: por eso Oviedo escribe dirigiéndose a Carlos V, por entonces un rey muy joven al que había que educar a través de textos como este. Y siendo el monarca el lector ideal del Sumario, lo mismo se podría decir acerca de los demás receptores.

Este énfasis en la experiencia y la memoria nace de una lectura muy personal de Plinio, que lo cita tanto como lo tergiversa. Para Plinio, los libros se autorizan gracias al testimonio directo del observador; sin embargo, Plinio no subraya la importancia de la experiencia, sino la de la investigación libresca. El mejor autor es el mejor investigador; Plinio se jacta de la cantidad de libros que ha leído antes de componer su historia, que extrae su valor de esa cantidad. La historia natural de Plinio funciona, entonces, como una enciclopedia, un compendio de lo ya escrito que condensa todo un saber. Su historia opera como un objeto mnemónico, que remite a una constelación de otros libros. Por su parte, Oviedo rescata este énfasis en las capacidades especiales del autor, pero lo transforma en un “árbitro del conocimiento” que obtiene sus credenciales de la capacidad de observar, recordar y escribir lo recordado.

En cuanto a las relaciones entre el centro y la periferia, Oviedo invierte las que hacen posible la escritura de Plinio. Si para el historiador romano el foco está en Roma (lo central, por ejemplo, podría ser “la primera vez que un elefante fue visto en Roma”), para Oviedo América ocupa el centro de la representación, en tanto que España es sólo el lugar de la escritura, periférico y borrado. Hay, entonces, una inversión jerárquica entre los términos “naturaleza” y “metrópoli”. Ello se debe a que Oviedo quiere ser el propulsor de un verdadero proyecto colonial, que haga posible una existencia estable y ordenada con base en América.

Este último deseo explica por qué, en su repaso de las especies naturales americanas, Oviedo utiliza un criterio utilitario: describe estas especies en lo que tienen de útiles para la vida humana, y también en lo peligrosas que le pueden resultar. El hombre es el centro de la creación, la naturaleza está a su servicio, y el Sumario es un manual para emplear los beneficios que ésta le ofrece. Por supuesto, como en otros escritores coloniales (empezando por Colón), Oviedo analoga la erotización de la mujer indígena y la fertilidad de la tierra americana; sin embargo, a diferencia de Colón, Oviedo se refiere no a una fertilidad potencial y futura, sino a unas riquezas naturales ya existentes, propias de una colonia establecida y productiva.

Dentro de este proyecto colonial, la explotación minera debe quedar en un segundo plano y lo más importante debe ser la producción agrícola. Oviedo hace referencia a la necesidad de generar una instalación progresiva, comprometida, de familias que trabajen la tierra, y no ya de “mancebos buscadores de oro” que vengan a América con la única intención de hacerse ricos para luego volver a España. De esta manera, la naturaleza exuberante y excesiva de América debe ser domesticada y puesta a producir gracias a un particular tipo de experiencia colonial basado en la estabilidad de la agricultura, practicada por familias de colonos afincadas en América, que la consideren su hogar permanente (como el mismo Oviedo, obispo de Santo Domingo).

Claro está que Oviedo describe una realidad colonial existente, pero también traza un proyecto para el futuro. La minería todavía tiene, en este momento, más importancia de la que el historiador quisiera encontrarle. El Sumario se escribe en 1525, fecha temprana en la que también se crea el Consejo de Indias y se empieza a considerar la posibilidad de instaurar un sistema colonial centrado en la encomienda (la tierra sería, en este sistema, central, así como también la mano de obra indígena para trabajarla). Pero el proyecto de Oviedo no se queda en América, sino que adquiere un vuelo imperial cuando menciona una posibilidad aún más ambiciosa, la de generar unos lazos agrícolas y comerciales que involucren a España, América e incluso Asia. Como se ve, hay aquí una dosis alta de utopismo colonialista, lo cual encaja perfectamente con las ideas de Adorno sobre la naturaleza esencialmente performativa del texto colonial: su misión es describir los objetos, pero también intervenir en sus referentes.


Escrito por

Luis Hernán Castañeda

Escritor. He publicado las novelas "Casa de islandia", "Hotel Europa", "El futuro de mi cuerpo" y "La noche americana".


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